El espectáculo comercial del cine de horror constituye una experiencia psicológica profunda y sumamente compelja que ofrece una vía de expresión sublimada, inocua y, en cierta media, terapéutica a los instintos agresivos del ser humano hacia sí mismo y hacia los demás y una regresión fugaz, artificial (pero sumamente eficaz) al estado de omnipotencia primeginio del ser humano.