En un ensayo sobre la ira, el antiguo filósofo Séneca advierte lo inútil que es albergar emociones negativas, dada la inminencia de la muerte, condición que, en últimas, nos hace iguales como humanos. Los antiguos filósofos, creían que las emociones estaban basadas en cogniciones y que por eso eran modificables a través de ejercicios espirituales. Las investigaciones actuales demuestran que los aspectos cognitivos y emocionales de la sicología humana son maleables (crianza), pero que también requieren expresión genética (naturaleza). Un paralelo entre el comportamiento individual y las fuerzas sociopolíticas sugiere un marco para la crisis ambiental actual, otro ¿ecualizador¿ humano. Dos preguntas críticas surgen: ¿Es suficiente la experiencia acumulada de los dos últimos siglos para conseguir medidas correctivas que puedan impedir la degradación ambiental? o ¿es necesario que ocurra un evento catastrófico de degradación ambiental significativa a largo plazo para que las medidas correctivas puedan alcanzar consenso en el nivel socio-político?