En este artículo se estudia el interés que ha ido despertando el mundo de los sentimientos, desdeñado por la psicología académica, durante mucho tiempo, por ser demasiado subjetivo. Un viejo tema, ya presente en filósofos como Sócrates, Platón. Aristóteles, Epicuro, Epicteto o Séneca, que fueron educadores de los sentimientos, y, más tarde, en Descartes, Spinoza o Rousseau. Todos estos pensadores incluían la educación de las emociones dentro del marco de la ética, mientras que en la actualidad su marco supremo es el de la psicología. Una diferencia esencial, que plantea un problema bien serio, puesto que dicha disciplina no es una ciencia normativa y, por tanto, poco tiene que decir acerca de cómo se deben educar los sentimientos. Se defiende una teoría de la inteligencia emocional que comienza en la neurología y concluye en la ética, planteando que es una gran equivocación pretender resolver todos los problemas sentimentales reformulándolos en términos psicológicos. Se señala que el uso de la psicología debe ser meramente instrumental, que puede estudiar cómo funcionan los sentimientos, pero no convertirse en guía de los mismos. Por un lado, se critica al conductismo, que ha intentado deshacerse de las ideas de libertad y de dignidad. Por otro, a la psicología cognitiva, que, al tratar de solucionar todos los problemas cambiando las creencias acerca de los mismos, puede terminar convirtiéndonos en esclavos felices. Y, finalmente, alerta sobre los peligros de una inteligencia emocional entendida como capacidad de comunicación, al servicio del mercado: para vender, explotar y manejar. Se analiza la cartografía de los fenómenos afectivos, postulando como tesis principal que: ¿La educación emocional es un saber instrumental que ha de encuadrarse en un marco ético que le indique los fines, y debe prolongarse en una educación de las virtudes que permita realizar los valores fundamentales¿. Como conclusión, se propone el paso desde el sentimiento a la ética, única vía para la construcción de una sana autoestima que, lejos de encerrarnos en el narcisismo, nos lleve a la solidaridad con los demás; y que, lejos de favorecer la indolencia, nos oriente hacia uncomportamiento digno y noble. Todo un esbozo de lo que podría ser esa culminación ética de la educación sentimental.