Junto al hoy frecuente rechazo radical de toda autoridad en muchos sectores, encontramos también en numerosos lugares un anhelo de autoridad y una fuerte conciencia de la necesidad absoluta de esta en los diversos ámbitos de la existencia humana. Se habla prolijamente de la necesidad de autoridad, pero ninguna necesidad práctica puede fundamentarla. O bien se admite que un Dios absolutamente bueno reina sobre el mundo, y que existen personas e instancias que se manifiestan como una parcial representación de Dios, con una autoridad auténtica, o entonces se rechaza a Dios omnipotente y, con él, la raíz y fuente de toda auténtica autoridad. En una visión puramente mecanicista del mundo, solo tendría cabida una autoridad técnica o una derivada de nuestra libre creatividad. Una auténtica subordinación por la obediencia bajo, una pura autoridad técnica, no obstante, supone una esclavitud, que es incompatible con la libertad moral.