A partir del concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965) la Iglesia redescubre su misión de servicio a toda la familia humana, haciendo suyo todo lo que alegra o preocupa, hace daño o contribuye a la superación del hombre (GS,I). De entre estos aspectos, la enfermedad, el dolor y la muerte ocupan un lugar central, dadas las implicaciones e interrogantes que estas realidades traen para los hombres y mujeres de nuestra sociedad. Frente a esto la Iglesia, a la vez que busca darles un sentido, trabaja por evitar, en lo posible, o disminuir el sufrimiento producido por la enfermedad y la muerte.