De la teología dijo santo Tomás que era vespertina. Pero el quehacer teológico de la racionalidad modernizante parece haberlo olvidado y por eso prefiere ignorar que hombres y mujeres enseñan y aprenden de sus propias sombras, de los crepúsculos, de las penumbras de las noches del acontecer humano. El artículo busca enfatizar que detrás de los símbolos en general, y en particular de la generadora metáfora de la luz, la más socorrida en Occidente, hay posibilidades de encontrarse con lo peor y con lo mejor de la interacción de docentes y estudiantes de la teología.