En el año 1996, cuando aún no había terminado mis estudios de cine y televisión y estaba fascinada por la capacidad, que acababa de descubrir en mí, de crear historias, mi compañero Luis Fernando Garzón, conocedor de mi interés por acontecimientos oscuros, me regaló un libro llamado Trece crónicas policíacas, de Felipe González Toledo, con la indicación de que ahí encontraría lo que estaba buscando. Resultó ser un libro fascinante que reunía viejas crónicas policíacas de mediados del siglo XX en Bogotá, producto del trabajo de González Toledo como cronista judicial. Lo devoré y, al pasar por las páginas que correspondían a la crónica "El cadáver viajero", sentí por esa historia un amor a primera vista. Me lancé de inmediato a configurar el relato y a elaborar un primer esbozo del guion. Ése sería el primer peldaño de la larga escalera por la que ha tenido que subir este proyecto durante siete años.
