Nuestra geografía emocional es compleja y resulta casi imposible imaginar una vida sin emociones ni sentimientos, sin motivaciones ni pasiones y sin deseos e ilusiones, porque son los que impregnan toda nuestra actividad psicológica. El propósito del presente artículo es detenernos a escuchar algunos de los latidos de la afectividad y contemplarla como en un caleidoscopio, observando cómo unas emociones nos fortalecen, abriendo una vía para una vida más dichosa, y otras nos ayudan a reintegrar y resistir los embates de la vida, dada su función adaptativa. De forma panorámica, se presenta la particular visión de un grupo de estudiantes de Magisterio, acerca del optimismo en la educación. Finalmente, se señala la necesaria educación socioafectiva.