Uno: Roth es un judío neoyorquino de rostro arrugado, boca lisa y labios estirados que tiene ya el pelo canoso pero conserva el color negro luto en sus ojos y en sus cejas tupidas. Siempre luce ropas de colores blancos y negros que combina con una mirada firme, retadora. Si tuviera barba podría confundirse con un rabino sin sombrero. Cuando recibió de manos del Presidente Bill Clinton la Medalla Nacional de las Artes, en 1978, las imagenes de la televisión lo mostraron sonriendo toda la noche, posando junto a lo curiosos para las sociales de prensa y se la pasó contando chistes y haciendo bromas sobre las conversaciones que se sucedian. Hasta hace unos cinco o seis años, justo antes de una cirugía que le hicieron en la espalda y de que la apareciera la artitris en los hombros, Philip Roth hacia ejercicio a diario y nadaba con regularidad; eso le proveyó de un cuerpo atlético e impotente y alta resistencia muscular para aguantar largas jornadas de escritura, que como en muy pocos otros escritores han sido de pie, con su portatil en un atril y, según él, caminando casi un kilómetro dentro de su estudio por cada página completa.
