En las últimas décadas diversos autores se han estado ocupando de reconsiderar el papel de las emociones en el campo de las prácticas argumentativas (Reboul, 1990; Walton, 1992; Amossy, 2000; Plantin, 2005). Reboul no menciona directamente a las emociones pero las da como presupuestas en las operaciones retóricas, evaluándolas como ingredientes inevitables dentro de la argumentación "sin que por ello éste presente fatalmente la manipulación¿. Walton rescata dos situaciones en las que la "apelación a la piedad " puede ser evaluada como " razonable" o "apropiada". Amossy, por su parte, reivindica una argumentación "poética" en la que las figuras retóricas desempeñan funciones argumentativas, actuando de enlace entre el logos y el pathos. Plantin le ha dedicado varios trabajos al tema, partiendo de la premisa de que "si nuestro objetivo es describir la argumentación tal como se da, y no prescribir sobre cómo debe darse, debemos darnos los medios para hablar de las emociones". Así, propone un andamiaje metodológico muy completo que se propone dar cuenta de la construcción de las emociones, o, dicho de otro modo, de su gestión discursiva. En esta potencia nuestro objetivo es realizar un aporte a esta línea de investigación, incorporando una visión desde la perspectiva de la teoría de la ideología. Se trata de mostrar que el destierro de las emociones debe ser reconsiderado, porque ellas forman parte inevitable de a descripción e interpretación de la realidad, echando por tierra la falsa noción de "objetividad" que pretende transmitirnos la tradición logicista de la argumentación. Reintroducir el análisis de las emociones en el juego argumentativo no es más que explicitar o "blanquear" su presencia que, aún latente o silenciosa, siempre está vigente en esa mirada que sostenemos sobre la realidad, atravesada invariablemente por sesgos ideológicos cargados de afectividad.
