Podemos decir sin temor a equivocarnos, aunque sí con el de estar diciendo una verdad de Perogrullo, que la lengua es el espacio privilegiado de expresión de la cultura y que esta se construye en estrecha relación con la lógica de la lengua. Es entonces por lo menos curioso que solo hasta las dos últimas décadas se haya aceptado, con suficiente énfasis, el carácter indisoluble entre lengua y cultura en la lingüística aplicada a la enseñanza y aprendizaje de idiomas extranjeros. Este reconocimiento se fundamenta en el descubrimiento de la importancia de enseñar y aprender, además de las estructuras lingüísticas, la cultura de los hablantes de una lengua, con el fin de que los aprendices sean capaces de interactuar y comunicarse adecuadamente en diferentes contextos socioculturales.