El Convenio de Diversidad Biológica (CDB) fue uno de los grandes logros de la Cumbre de la Tierra, atendida en Rio de Janeiro en 1992 por 108 jefes de Estado. Tal voluntad política sin precedentes, fue seguida de una alta dosis de optimismo. En la sexta conferencia de las partes del CDB se acordó que los países deberían alcanzar para 2010 una reducción significativa de la tasa de pérdida de biodiversidad; y además se estableció una cuenta regresiva para alcanzar este punto. Hoy sabemos que la pérdida de biodiversidad no solo ha aumentado, sino que las causas se han multiplicado y escalado. Entre ellas el incrementado cambio de uso de la tierra y la transformación de espacios naturales, la sobreexplotación de recursos biológicos, el aumento de invasiones biológicas y el cambio climático. Por eso la pregunta urgente hoy no es solamente por la pérdida de biodiversidad, sino por la forma como se plantean las metas en la conservación. ¿Bastaría aumentar el plazo y reforzar las medidas de control, esperando que en el 2020 si pudiéramos celebrar? Más bien podría pensarse que es la forma como se están planteando las metas de conservación es errada o, al menos, insuficiente y que es necesaria una nueva óptica para enfrentar el asunto, no solo por prudencia política meses después del fracaso de Copenhague, sino por cuestión básica de realismo ecológico y político.
