El reconocimiento del cuerpo, la posibilidad de sentirse, de "encarnarse", abre al tema de la espiritualidad caminos interesantes de reflexión para comprender un poco más la dinámica trascendencia-inmanencia. Acertadamente Anselm Grün afirma: "Quien no se siente a sí mismo, no puede sentir a Dios. Quien no se ha experimentado a sí mismo, no puede experimentar a Dios". Los sentidos, la sensación placentera de tocar, oler, gustar, no sólo conectan con la realidad sino que permiten acceder y profundizar en relaciones de intimidad y de conocimiento del otro. Sólo ahí, en relaciones de auténtica confianza y compenetración se puede iniciar un camino de construcción comunitaria. Así, esta danza de eros y agapé abre paso al sentido profundo de lo humano, a lograr la común-unión con otros y a este sentirse mutuo gracias al deseo y la atracción que permiten acceder a una experiencia de Dios auténtica y liberadora.