Cuando se habla de juventud, en ella no se puede encerrar un solo significado. La juventud no es un sólo término, o sea, no es una llegada. En esencia nunca está ni será terminada. Por eso es una palabra que provoca la ficción en tanto que de ella se puede decir en una interminable vorágine de tentativas por lograr en algún momento captarla, retomarla, doblegarla. Desde la flexibilidad que dan los cuatro horizontes de comprensión aquí propuestos, es que se leen los aportes de las teorías tradicionales. No para instaurar una severa crítica sobre
lo que postulan de la juventud, sino para constituirlas como plataforma inicial de esta propuesta. En este orden de ideas, el tono propuesto enaltece a la juventud desde sus diferentes
acordes. En primera instancia, se encuentra lo disciplinar, los horizontes biológico, social y psicológico. En segunda instancia, el horizonte mítico-metafórico entendido como la otra instancia. En este último es donde surgen las imágenes no reveladas de la juventud, y en donde aquellos primeros, por los alcances de sus lógicas conceptuales, lo desestiman. Así pues, la juventud se convierte en una metáfora de cambio que está inscrita como invitación, que se recibe y se hace efectiva en todo ser humano, no sólo a nivel personal e individual, sino también colectivo y cultural.
