En 1991 murió de sida mi marido Francis. Cuatro meses después se me diagnosticó que era seropositiva y mi vida cambió por completo. Francis sabía que era seropositivo pero no me lo había dicho. Como la mayoría de los hombres ugandeses, él quería una mujer “pura” y la consiguió, por todo el bien que ello me hizo. Me había abstenido y había permanecido fiel, pero al final no valió para nada. Y, así, me quedé viuda con 22 años y dos niñas pequeñas, envuelta en una nube de amargura que tardaría años en desaparecer. Mi historia personal es típica del modo en que la mayoría de las mujeres africanas contraen el virus del sida. El 60% de las nuevas infecciones las contraen en África las mujeres, que, en su mayor parte, están casadas.
