Cada vez somos más conscientes de que la identidad europea no puede ser únicamente económica, ni siquiera jurídica. Ha de ser propiamente política. Pero una Europa política que quiera hacer oír su voz en el concierto de las naciones ha de reflexionar necesariamente sobre su identidad cultural y espiritual. No existe una nación europea. Existe una unión de Estados soberanos, y por tanto de pueblos diversos, pero con un proyecto común. No se debe olvidar nunca que los padres fundadores de Europa quisieron que ésta fuera un ejemplo de paz y de reconciliación para la humanidad entera después del horrible derroche de vidas humanas en las dos guerras mundiales y después de lo que el doble totalitarismo nazi y soviético supuso de catástrofe en el ámbito de la civilización.
