En el momento de la distribución de la tierra (Gn 10; Jubileos 8-9), a los hijos de Set se les asignaron los pueblos de Asia Menor y las islas del Mediterráneo, y a los hijos de Cam los países del sur de Egipto y Etiopía. Entre ambos grupos quedaban los hijos de Sem, los antepasados de los hebreos. Hay una notable dosis de etnocentrismo, pero la Biblia recoge una memoria histórica que tiene un elemento fundamental en su vinculación con esa pequeña franja de tierra del Mediterráneo oriental, cuya denominación ya es conflictiva (Israel, Judá, Palestina, Tierra Santa), tierra de paso y sometida al vaivén de los imperios del norte (Asiria, Babilonia, Persia) y del sur (Egipto). Isaías dice que Israel es “mediador entre Egipto y Asiria... en medio de la tierra” (19,24). La Biblia es producto de un continuo cruce de culturas a lo largo de muchos siglos; es el condensado de la memoria colectiva de un pueblo que ha ido elaborando su identidad social, con algo de historia y mucho de mito, en contacto con los imperios que han dominado aquella franja de tierra, pequeña y pobre, pero de gran valor estratégico.
