En febrero de 2009, el satélite estadounidense de comunicaciones Iridium 33 chocó contra el Cosmos 2251, de origen ruso. La colisión acabó al instante con ambos aparatos. Según los sistemas terrestres encargados de seguir sus trayectorias, parecía que los objetos pasarían de largo. Sin embargo, habría bastado con los instrumentos de a bordo de uno cualquiera de los dos satélites para concluir lo contrario.