viernes, 18 de marzo de 2011

El cuerpo humano: un texto vivo de subjetividad oscura y luminosa.[i]

El cuerpo humano no es meramente cuerpo, manifestación de vida biológica, un actuar de sustancias fisicoquímicas, el cuerpo es pues, manifestación de vida espiritual, es decir, de sentimientos, pensamientos, palabras, es “un texto vivo” que continuamente está emitiendo señales, que revelan más que un mero acontecer biológico.
En el siguiente artículo  queremos poner para la reflexión, como la muerte al acaecer sobre el cuerpo arrasa más que con un movimiento continuo de células, encimas y sustancias.

El cuerpo humano y la existencia.
No es fácil escribir sobre el cuerpo humano ya que su tratamiento tiene múltiples enfoques posibles. Me interesa narrarlo a partir de la experiencia humana sobre el mismo y a través del mismo en cuanto toca la existencia nuestra. Hay momentos de transición en la vida de los hombres en las que el cuerpo toma una especial relevancia de sentido y de afectos. El nacimiento de una nueva criatura; tal vez el matrimonio y de seguro la muerte. El nacimiento de una persona es un evento fuertemente corporal y los primeros meses de los niños, en nuestras culturas, se centran alrededor del color de sus ojos, de su piel, de su peso, de sus necesidades corporales primarias, de su vida que se abre. De sus ancestros. Se maneja ese ser humano con cariño y lenguajes especiales adecuados a ese cuerpo infantil y su supervivencia es una inquietud primaria de la comunidad familiar.
Pasando a la muerte, debemos decir que su ocurrencia nos altera profundamente pues es el límite vertical de la vida misma. La desaparición y descomposición de nuestro cuerpo; el absurdo total del silencio; de la clausura de palabras, de ideas, de besos y de afectos de las personas muertas y, sobre todo sus cuerpo inertes. Si en el nacimiento la corporalidad se experimenta como esperanza y proyecto de esa persona con su cuerpo concreto, en la muerte se subraya la memoria que recuerda imágenes  e historias y que, sobre todo condensa situaciones en los que las miradas, palabras, gestos, caricias o desgracias corporales se reviven con emotividad sin límites, que se pierden luego en la cotidianidad.
En la muerte se tocan los tabúes de lo más oscuro de la existencia y se urgen respuestas a la misma: no sólo las referentes a la ruina implacable de los cuerpos conocidos o amados sino otras muy serias, como son las que tocan el sentido de existir y que se viven en muchas de esas ocasiones entre lágrimas amargas.

“Violines en el cielo”.
Este es el título castellano de una bella película japonesa. En ella Taigo Kabayashi encuentra a través de los cadáveres que arregla para grupos y familias, como encargado de tan lúgubre trabajo, un sentido de lo humano y del cuerpo mismo que incorpora en su vida y en la de su esposa. De regreso a su pueblo natal después de haber perdido su trabajo de chelista, busca en el mensaje críptico de un periódico, en su sección de empleo, la posibilidad de laborar en una agencia que se dedica a las “partidas”. Sin más especificaciones. Se encuentra que el trabajo se trata de preparar cadáveres de difuntos; un trabajo despreciado por la sociedad, por sus conocidos y por su esposa que lo deja temporalmente cuando se entera en qué trabaja. Esta ocupación se identifica con lo más oscuro y despreciable pues en ella se deben tocar y preparar cadáveres; rellenar conductos y manejar lo innombrable. Efectivamente, Taigo debe trabajar con un cadáver en descomposición; atender la preparación de un hombre que vivió como mujer y había sido rechazado por su padre; la de la esposa de un marido irritable; la de una amiga querida y la de su mismo padre que lo había abandonado cuando tenía seis años de edad.
La preparación de los fallecidos se hacía frente a toda la familia, en ritual lleno de respeto y elegancia. Se limpiaba el cuerpo a través de pases y toques impregnados de devoción. Se maquillaba el rostro y se unían las manos sobre el pecho del difunto. La actitud respetuosa y artística obra el milagro de no sólo traer a la memoria la vida del difunto sino el despertar evocaciones que en ese momento despertaban imaginarios, abrían los espacios del afecto a todo un mar de sentimientos que brotan del inconsciente y de recuerdos maravillosos de ese cuerpo. La música. “las pequeñas cosas” de la cotidianidad, increíbles mementos como una piedra llena de sentido; el sexo ambiguo rechazado mediaban un reencuentro interpersonal con el difunto y todo un proceso de redescubrimiento interior. En ese proceso se descubre el cuerpo tratado con respeto y a través de él y de realidades” materiales” significativas se descubre el profundo sentido de las interioridades.


[i] Izquierdo Maldonado, Gabriel, S.J. “El cuerpo humano: Un texto vivo de subjetividad oscura y luminosa”. Revista JAVERIANA. Tomo 146, número 770, (2010): 4-5.

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