Termina en Colombia con cierto pesimismo una década que se inició bajo augurios prometedores. El país -se decía en 1989- había sobrepasado la prueba de fuego de la llamada década perdida. Mientras el resto de países de la región había experimentado en el decenio decrecimientos dramáticos del producto, inversión y exportaciones, compensados hasta cierto grado con el retorno a la democracia, Colombia era excepción, pese a sus dificultades, porque mostraba saldos positivos -aunque moderados- de crecimiento y de inversión social, a tiempo que consolidaba su democracia formal y renovaba su vocación de transacciones, gracias a los primeros acuerdos de paz.