Educar a consumidores y no a ciudadanos supone impartir contenido en la mayor dosis posible. No importa que la información no se analice ni que algunos alumnos no sean capaces de asimilarlo todo. Solo algunos privilegiados tendrán más facilidad para alcanzar los estándares más altos, aunque el resto no haya aprendido nada. Como respuesta a esta ¿formación de mercado", los autores del artículo narran experiencias para demostrar que es posible preservar la educación como bien social y de apoyo a la igualdad.