Las evaluaciones atemorizan tanto a los estudiantes como a los docentes. También son situaciones en las que se despliegan fuertes cuestiones de poder, que son las que suelen desencadenar los temores. Muchas veces (la mayoría mediante procesos no consientes), los docentes se defienden de ellas con reacciones de impotencia o de omnipotencia. En este trabajo se postula que el mejor "antídoto" antes estas reacciones es, en primer lugar, el reconocimiento de la exigencia de las propias emociones al respecto, el ejercicio concreto del respecto a los principios éticos de la evolución, una acción institucional coherente y el trabajo en equipo. Otra hipótesis central de las presentaciones que la puesta en práctica de esos principios soluciona casi fluida y naturalmente las dificultades y los obstáculos técnicos e instrumentales que conllevan los procesos de evaluación.