Nací antes del Concilio Vaticano II, cuando la Iglesia era el mundo de los sacerdotes y ellos eran sus protagonistas. Los otros, los "simples bautizados", asumíamos una actitud pasiva como receptores de los bienes de la salvación que ellos administraban y nuestra única responsabilidad consistía en obedecer los mandamientos de la ley de Dios y de la Iglesia, entre los que se incluía la "práctica" de los sacramentos.