Aunque los cuarenta y cuatro ranchitos abandonados no daban abasto para el corazón de Walter Augusto Gaviria y sus tres jóvenes colegas, sus cuerpos encontraron posada suficiente. Las madres del pueblo surtieron a los aventureros de víveres, lavaron su ropa, les dieron cuanto más pudieron pues sabían en el fondo que su llegada representaba el principio del fin de la violencia y el resurgimiento de un futuro para todos.