La capacidad de aprender, incluso de manera involuntaria, es intrínseca al ser humano. La educación, implícita o explícitamente, marca una dirección al aprendizaje, un propósito y una organización, y como cualquier acción social está impulsada por la dinámica de los intereses materiales e ideales, y condicionada por las imágenes del mundo (Weltbilder). Al estar proyectado hacia el futuro, el sistema educativo puede ser reproductor o creador de nuevas condiciones sociales, a la vez que se encuentra condicionado por las características de la sociedad en la que se haya inserto. En este artículo se analizan dos pares de aproximaciones al hecho educativo: la restricción versus la extensión del acceso, y la transmisión versus la comunicación del conocimiento. Desde las primeras civilizaciones, la restricción del acceso a ciertos conocimientos ha sido utilizada para reproducir diferentes modelos sociales, como las teocracias del antiguo Egipto y Babilonia; mientras que la perspectiva extensiva pretende hacer posible para todos (o imponer) la inclusión en el sistema formal de educación. En la aproximación basada en la transmisión, por su parte, la obediencia y la autoridad son elementos centrales, y se concibe al alumno como un trozo de arcilla a ser modelado. La aproximación comunicativa, por el contrario, impulsa el pensamiento autónomo (el sapere aude kantiano). La distribución de poder dentro de una sociedad condicionará el grado de acceso a la información y la experimentación autónoma, así como a las herramientas para el conocimiento, para la evaluación de la información y la acción; y viceversa, la opción por una perspectiva u otra tendrá un papel fundamental en la estructura social de esa sociedad.