A cien días del 7 agosto, lo que se percibe es un gobierno con más ganas de hacer que claridades sobre como hacerlo.Un gobierno, que bordea la frontera del "hacerismo" compulsivo. Gran manejador de la imagen presidencial, se consolida la percepción de un Álvaro Uribe firme, comprometido, cercano a la gente, incorruptible, exigente con los funcionarios del Estado, tengan o no uniforme, desconfiado de "las guaridas" del clientelismo y la corrupción, llámandose partidos o Congreso, amigo de una relación directa-personal y paternal-del presidente, desdoblando en demiurgo, con "su pueblo" que le pide y le reclama.