La violencia originaria es una violencia de raíz y la metáfora que mejor la expresa es la del corazón, ya que es el lugar donde brotan actitudes de generosidad y amor y, paradójicamente, de odio y violencia. Esta violencia se evidencia en los diferentes niveles de la vida; se refleja en los comportamientos y pensamientos; en la negación de las potencialidades de la persona; en la negación de la acción creadora de Dios; en los estallidos del corazón patriarcal que discriminan y marginan; en el exilio como negación de la historia, del cuerpo y de la memoria. Todas estas situaciones muestran la comprensión de la violencia en términos de no dejar hacer y ser a los demás en su condición de humanidad. En este sentido, la mujer es y ha sido quien más ha resentido este tipo de violencia, que, en general, la ha marginado a ciertos roles en la sociedad. No obstante, la mujer está llamada a ejercer un papel protagónico y transformador de las estructuras que promueven la violencia como el no dejar hacer y ser, dando origen a un nuevo orden de convivencia marcado por la libertad y la autonomía.