Las Iglesias cristianas se sienten profundamente implicadas en el proceso de la construcción de una unidad europea que cada vez se encuentra más integrada no sólo a nivel económico, sino también político. El interés de las Iglesias por Europa no se explica por unos motivos solamente contingentes. En la fe cristiana, al menos desde los tiempos de Pablo, se encuentra inserto un impulso, casi natural, hacia la superación de toda frontera entre pueblos y naciones. Más aún, el motivo de la redención universal de Cristo, que elimina cualquier distinción entre el griego y el bárbaro, y afirma que todos somos uno en Cristo, constituye, por sí misma, un principio dialéctico con respecto a los vínculos que unen a un pueblo distinguiéndolo de los otros. Ciertamente, el principio de la unidad de todas las mujeres y de todos los hombres en Cristo no se opone formalmente a las varias distinciones que se introdujeron a lo largo de la historia.
