Había una mujer llamada Rosalinda con quien asistía a la celebración de la misa dominical cuando viví en Chile durante los años ochenta. Rosalinda vivía en una pequeña chabola de madera con su anciana madre. Sus ingresos, que apenas bastaban para algo más que pan y té, procedían de los paneros y otros objetos que hacía en croché y vendía en el mercado local. En una de mis primeras visitas a su casa, Rosalinda me dio un pequeño pájaro de croché que se utiliza para coger las asas de las teteras. Cuando Rosalinda me lo entregó al disponerme a dejar su casa, mi primer impulso fue echar mano a mi bolsillo y darle una cierta cantidad de dinero por ello. Pero sentí que habría sido un error.
