Evaluar con precisión las reformas eclesiológicas inducidas por el Vaticano II exigiría un planteamiento histórico, e incluso interdisciplinar. En el presente artículo se propone únicamente una lectura teológica, en referencia al objetivo asignado al Concilio por Juan XXIII. Con una notable intuición, este papa había vinculado reforma pastoral y miras ecuménicas 1. Anunciar al mismo tiempo un sínodo diocesano para Roma y una reforma general del derecho canónico significaba que el aggiornamento pasaba por una renovación de las Iglesias diocesanas y de la figura del obispo católico 2 que, unida a una seria reforma de las instituciones, prepararía el Concilio.