Pocas iniciativas u obras han tenido, en la Iglesia, el significado y la trascendencia de la Acción Católica, en sus dos momentos más significativos: la Acción Católica general y la Acción Católica especializada. Surgió tras la estela del sindicalismo católico y de la democracia cristiana, que, a su vez, se remontan a la segunda fase del catolicismo social, inaugurada por la encíclica Rerum Novarum, promulgada por el Papa León XIII en 1891. La Acción Católica especializada, en forma de Juventud Obrera Católica, fundada por J. Cardjin en Bélgica en 1922 y oficializada en 1925, contribuyó a superar la mentalidad de la cristiandad y el nuevo lugar de la Iglesia en la sociedad moderna. Distinta de la Acción Católica general, unida al proyecto de neocristiandad, la Acción Católica especializada ayudó a la Iglesia a dar el paso hacia la modernidad, a situarse en el nuevo contexto de la autonomía de la razón frente a la fe, de lo temporal frente a lo sagrado, del Estado en relación con la Iglesia, así como del ejercicio del poder según los parámetros de la democracia representativa, a través de partidos políticos en la sociedad civil.
