El procesamiento de información requiere energía. En concreto, nuestro cerebro consume, de manera semejante a un ordenador portátil, cerca de veinte julios por segundo. Hasta cuatro quintas partes de este aporte energético se emplean para la transmisión de señales. Una interacción compleja de reacciones químicas y ciclos metabólicos se encarga de que la energía esté disponible y que capacidades tan indispensables como pensar, sentir y actuar funcionen.