El autor constata la invisibilidad de las víctimas del terrorismo en las aulas durante los largos años en los que han sido victimizadas. Solo recientemente se está aceptando con relativa normalidad su presencia, aunque con debates en torno al modo de concretarse. Que las victimas hagan oír su voz moraliza la educación y la justifica en su objetivo de ser herramienta esencial para la convivencia y la ciudadanía.