Durante la noche, nuestro cuerpo funciona a medio gas. La temperatura y la presión sanguínea desminuyen, la respiración y el pulso se relantizan, y la consciencia se desconecta cada vez más y más. En cambio, nuestro cerebro se encuentra todo menos inactivo: durante el sueño varía regularmente de estadios, los cuales se alternan en distintos ciclos.