Al ¿edificio¿ educativo le han acechado siempre peligros diversos. Una mala decisión causa daños que resultan difíciles de revertir y que repercuten negativamente en la convivencia social y en la economía productiva. Si combatir el fracaso escolar y mejorar la calidad de la educación aparecen como prioridades de todos los gobiernos, resulta paradójico que se apliquen recortes indiscriminados y radicales. Al sistema educativo le urge plantearse qué papel quiere interpretar en el siglo XXI.