No puede haber educación sin creación autónoma y libre, sin diálogo, sin reconocimiento de lo otro, sin una relación que pone al sujeto en una dimensión planetaria, porque la educación es un camino que hay que querer andar. El autor propone cruzar estos discursos con el campo de la educación social, la ciudad, y se pregunta qué nuevos laberintos crecen al ritmo del urbanismo social.