La educación tradicional nos enseña a aceptar que quienes detentan el poder tienen derecho a equivocarse y anular nuestra capacidad de ver sus numerosos defectos. Se presenta como un antídoto al fracaso social, cuando, por el contrario, produce daños irreparables en muchos alumnos al destruir el interés por aprender, suprimir la moral natural, inculcar falsos valores, incitar a la rebeldía y favorecer la pérdida de autoestima. Es urgente que tomemos conciencia de este currículo oculto.