Las conductas disruptivas son como un iceberg: bajo la parte visible subyace un desajuste entre los objetivos del centro y el profesorado y los del propio alumnado. Es preciso, pues, planificar una respuesta eficaz que vaya más allá de acciones punitivas o del empleo de unas técnicas determinadas. La alternativa pasa por una escuela inclusiva, que garantice el bienestar emocional de su alumnado, le otorgue mayor responsabilidad y recoja en su currículo las relaciones prosociales y la gestión de conflíctos.