No todo aquel que deja el sacerdocio comete una infidelidad que pudiera llamarse culpable. Ni todo el que persevera en el ejercicio del ministerio o en la vida religiosa, ejerce auténticamente la virtud de la fidelidad. Más aún, en algunos casos sería un acto de fidelidad a la vocación cristiana el abandonar un camino de vida que se emprendió equivocadamente, un compromiso que se realizó con imprudencia o precipitación, un género de vida que, con el correr del tiempo se ha tornado imposible y perjudicial para sí mismo o para los demás. Son estas algunas reflexiones muy personales que se me han ocurrido al reflexionar sobre las causas de las deserciones sacerdotales.