El diálogo constante entre la acción catequética y la vida litúrgica de la Iglesia, debe producir, por su misma esencia, un enriquecimiento mutuo entre ambas acciones pastorales, y un fortalecimiento constante de la fe del cristiano y de la comunidad, puesto que ambas acciones nos conducen al mismo misterio, una llevándonos a mirar y celebrar la globalidad del misterio encarnada en nuestro devenir histórico, y la otra educándonos en forma sistemática, gradual y permanente, hacia la vivencia y celebración del amor de Dios como acontecimiento, encuentro y diálogo salvífico.