Comenzamos de modo algo abrupto, con un lenguaje poco familiar para tal objeto que, sin embargo, como veremos, la historia no sólo permite, sino que vuelve conveniente. Cristo es la única revolución permanente de la historia. El Evangelio es la revolución insobrepasable de la historia, la medida de todas las revoluciones posibles. Es la levadura, la gestación del Reino de Dios en la historia, hacia el allende de la historia, el nuevo cielo y la nueva tierra.