Es claro que nunca pretendió el Concilio de Nicea "helenizar la fe", ni lo hizo inconscientemente; sino conscientemente buscó lo opuesto, cerrar la puerta a cualquier posibilidad de convertir la fe en una filosofía. Es pues necesario dejar caer la mentalidad que pretende partir del significado filosófico de o usía para comprender la definición de Nicea. Siendo ésta la confesión fundamental de la fe de la Iglesia, centro de todo el misterio revelado, se entiende por qué los Padres y Concilios sucesivos se refirieron siempre a él como a la expresión legítima de la tradición apostólica y creyeron que las mismas definiciones conciliares posteriores no eran sino explicitaciones de este símbolo del primer concilio ecuménico.