La experiencia de las «comunidades eclesiales de base» (CEBs) es referencia fundamental de la fisonomía que ha ido adquiriendo la Iglesia de América Latina y el Caribe a partir del Concilio Vaticano II, Medellín y Puebla. De todos es conocido que las CEBs aparecen como signo de vitalidad y renovación en nuestra Iglesia; pero lo son asimismo de contradicción. En Santo Domingo se ha ratificado el camino de las CEBs (SD 61-63). Se reconoce a la par la experiencia y el aporte de los movimientos apostólicos (SD 102). Creo que es momento de reflexionar serenamente sobre lo que representan las CEBs y de ver sus perspectivas.