Porque ellos están terriblemente solos. Y esa soledad, como del claustro materno, ha de salir: el hombre o el monstruo. Y los llamamos insoportables; y son sus impertitencias como aquellos saltos de júbilo que dio San Juan en el vientre de su madre; allí se acercaba Dios; aquí se acerca el hombre. Y a veces somos tan necios que los abandonamos a su suerte, precisamente en el momento en que una palabra humana podría hacer el milagro más grande aún que la generación misma: la palabra de la luz sobre el hombre que se acerca a empujones y ciego.