Los militares estadounidenses han dado por sentado, desde la década de los cuarenta, que Estados Unidos intervendría siempre en América Latina para moldear el área a su gusto. Sin cuestionarse, han aceptado el mito predominante de que Estados Unidos puede hacer precisamente tal cosa, y que puede hacerlo obteniendo buenos resultados. Y quizás más importante aún, perpetúan el concepto de que Estados Unidos tiene necesidad de intervenir para proteger los intereses que, según ellos, se encuentran amenazados por (en este caso) los insurgentes salvadoreños. Y revelan que para los autores de la política estadounidense actual, El Salvador es nada más que un laboratorio para comprobar las últimas teorías sobre “guerras pequeñas”. Aquí pretendemos demostrar que este “experimento” estaba destinado al fracaso desde el principio, en buena medida, por las razones analizadas por los coroneles estadounidenses, pero también por otras muchas que ellos ignoran.