Con la agudeza que le caracteriza, el autor desmonta el concepto tradicional de democracia que las potencias mundiales, en especial Estados Unidos, han estado tratando de imponer en el tercer mundo. Según ese concepto, el pueblo debe quedar excluido de la dirección de los asuntos públicos, los cuales deben quedar en manos de una minoría de selectos -de Estados Unidos y sus representantes en el tercer mundo-, quienes saben lo que conviene a las mayorías populares. Asimismo, este modelo de democracia debe garantizar los intereses económicos de Estados Unidos, es decir, el derecho a explotar y saquear al tercer mundo.
