En El Salvador, como en tantos otros países de América Latina, se ha jugado incansablemente con la palabra democracia para permitir toda serie de actividades antidemocráticas. Parecería que en principio todos aceptan la necesidad y la obligación de ser demócratas, pero en la práctica se elude esa necesidad y obligación a través de una concepción y una práctica de la democracia, que anulan los valores más esenciales pretendidos por ésta. El artículo muestra a través de qué subterfugios teóricos y estructurales se ha llevado a cabo esto en el país, a la vez que muestra cómo debería entenderse una democracia sin apelativos, como forma de solución para la crisis de El Salvador.
