La formación permanente del Presbítero es una necesidad cada vez más sentida, máxime cuando se trata del empeño por la formación de la persona en su totalidad. Al respecto, la formación intelectual no se debe separar de ninguna de las dimensiones en la formación permanente, antes bien, porque el presbítero necesita crecer, desarrollarse, madurar todas sus capacidades, lo cual implica un conocimiento de sí mismo, es evidente la urgencia de integrar pensamiento y acción, vida y reflexión. Las notas de esta formación intelectual que nos presenta el autor, perfectibilidad, autoafirmación y permanente, indican que es la vida íntegra del presbítero la que se ha de abarcar para lograr el cometido de esta formación.
