Como afirma el autor: “La formación inicial y la formación permanente no son dos compartimentos estancos”; teniendo su objetivo propio, ambas se encaminan a formar pastores “según el corazón de Dios”. Lo cual muestra que, para que el Presbítero se vaya configurando en su vida con Jesucristo, el Buen Pastor, la formación inicial debe estar abierta a la formación permanente y ésta debe mirar a la inicial.