Con una sonrisa desbordándole los ojos tanto como la boca, a Delfina le gusta contar la anécdota de cuando, habiendo recién salido de una reunión en alguna oficina de Gobierno del centro de la ciudad de Guatemala, se acercó a un vendedor callejero para comprar una bolsa de mangos. Como éste no tenía vuelto, le pidió que por favor le mirara un ratito el puesto mientras él iba a buscar sencillo. En el ínterin se acerca un hombre, quien al verla en un puesto de fruta, vistiendo un traje regional indígena, sin pensar mucho, casi distraídamente le pregunta: “¿A cómo la bolsa, María?” A lo que ella responde, inmediatamente, mirándolo sin parpadear, encogiéndose de hombros y casi riendo: “No sé, José; no es mi venta”. El hombre, sorprendido y ligeramente vejado, corrige: “Yo no me llamo José”. “Yo tampoco me llamo María”, replica Delfina, asertiva, ofreciendo una sonrisa de cortés aclaración1.
